Levantarse una mañana y llenar la taza de té. Contar las gotas de agua del cristal de la ventana una y otra vez y siempre dicen trece. Cerrar los ojos, pensar en el viento, en el césped. Trece pelos que caen sobre la mesa de la biblioteca al pasar el peine, y seguir escribiendo. Pisar charcos de piedra mojada y frenar el dolor de la lluvia trece veces. Abrir un libro en la página trece. Escuchar trece veces la misma canción, tal vez chirriante o desentonada pero perfectamente trece. Trece llamadas sin respuesta, trece voces robóticas que se deslizan por las sierpes de ébano, y la noche gélida, presente, tras la bufanda negra. Dormir. Creer dormir. Escuchar, ver, sentir cómo, susurrante, se desvanece. A trece grados de distancia, trece grados, solo trece, pero ajenos e inmensos.
Fugaces como estrellas, 2018.