Hoy temblaba la ciudad
y el viento nos besaba.
Miradas entre sombras
y relámpagos de plata,
serpientes en la piel.
He pasado tantas noches
entre whiskey congelado
queriendo poder verte
pero viéndome sangrando.
Tantas hojas destrozadas,
tantos gritos, tantos llantos,
y cada vez que vuela
el sol tiñe de negro
el duelo del faisán.
Rodeados de las rosas
surcamos el espacio
e instante tras instante
va formándose el pasado.
Quizá por un momento
parezca que despiertan
los cisnes en sus lagos.
Busco aquel lugar
que guarda el horizonte:
suenan las guitarras
y los sueños no se esconden.
Cientos de ciudades
y ninguna sabe dónde.
A punto de estallar.
Busco la ecuación
que rompa la rutina,
las lágrimas hirvientes
que desbordan e iluminan.
Confundo los colores,
agoto las palabras.
Ni el ocre de las piedras
o el silencio de las ramas
encubren sin complejos
el bullicio inadvertido
de ácidos reflejos
que ciegan la mañana.
Las ganas no son justas.
Lo sé, nunca lo han sido.
Pero el olor a agua salada
nos dibuja caracolas
en la boca y la mirada.
El color del silencio, 2019.